lunes, 17 de noviembre de 2014

Éxodo emocional.

Recuerdo verme sentada en un asiento común con un recuerdo excepcional. Viendo pasar miles de los paisajes de Boston cuando la noche parecía absorber ese autobús en el que me ahogaba escuchando Birdy. Quizá pasaron horas hasta que llegué a ver la ciudad pero habían pasado como años. Me escondía del frío bajo una sudadera que no parecía tener aún mi personalidad mientras todos a mi alrededor dormían. Dormían plácidamente como si nunca hubieran conocido el desvelo que me atormentaba. Intentaba hacer desaparecer esas lágrimas que se habían refugiado entre los párpados por más tiempo del recomendado. Habían pasado días desde que cogí el primer avión y todavía más desde que se despidió con un fingido cálido abrazo. Compartía los auriculares con mi compañera de viaje pero no sentía la música con mi mismo dolor. Me costaba creer que él no estaba para ver la luna escurrirse entre los mismo edificios que paseaban por las afueras de la ciudad. Me dolía ver que la pantalla de mi teléfono no escribía con alegría su nombre al recibir un mensaje. Había cruzado kilómetros, océanos y continentes por tal de no volver a encontrarme con la angustia. Pero aún así lo hice; con sus mismos ojos verdes, con el seseo al hablar y con la misma piel morena. Ya no tenía su nombre. Ahora simplemente se llamaba añoranza y a diferencia de él, parecía querer quedarse conmigo por mucho más tiempo hasta convertirse en parte de mí. No había forma de escapar. La conocí en Boston pero sabía que aunque regresara de donde huía, permanecería por siempre. Así lo hizo, y así lo hace.

- b. m.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Suicidio.

He entrado en la habitación y me la he encontrado en el suelo, estirada... muerta. Sin ninguna otra explicación que una pequeña nota escrita en una hoja de libreta desgarrada y con letra temblorosa. "Que piensen lo que quieran pero no pretendía ahogarme. Tenía la intención de nadar hasta hundirme - pero no es lo mismo", una frase de su novelista favorito, Joseph Conrad. Al lado de la nota, se veía un bote de pastillas vacío abrazado por los dedos de su mano derecha. Ahora, en vez de tener a su persona entre ellos, había un gran número de incógnitas. Nadie había podido pasear por su mente... ¿cómo lo harían ahora para conocer sus razones si su mente había desaparecido entre la guadaña y la negra túnica de la muerte, quién parecía ser la única que no maldecía su ida anticipada? Puede ser que todos los poemas e historias que recopilaba de todos sus autores más admirados tenían una respuesta. O puede que no. Puede que su admiración por el romanticismo dentro de la muerte y las almas atormentadas habían superado otra barrera hasta hacerla desear experimentarla. Después de unos minutos entre lágrimas ruidosas y gritos húmedos, me he sentado a su lado y le he acariciado la mejilla que no tocaba el suelo. Me acerco sigilosamente a su oreja y digo con fragilidad: "Pienso descubrir tu mundo interno hasta entender tu marcha".

- b.m.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Impotencia.

No puedo conseguir que duermas
abrazándote yo a tu lado,
tampoco puedo silenciar
tus angustias a medianoche.
Ni siquiera logro apagar
tus luces otra noche más,
o apaciguar esos aullidos
que desvelan entre almohadas.

No logro que quieras prender
una mínima vela más,
ni que contemples cómo muere
aunque sea por un instante.
No puedo obligarte a quererme
si no sabes ni cómo hacerlo,
ni a que tu corazón perciba
cosas que no hace por él sólo.

No puedo ahogar el dolor
con tu nombre que vive en mí,
sólo puedo cerrar los ojos
y no ver un mundo sin ti.
Siempre me queda agonizar
por saber que amas a alguien más,
sin mi apellido o sin mis labios
y olvidando que es comprobarte.

- b.m.