sábado, 20 de diciembre de 2014

I.

Vuelven los fantasmas de ayer
junto lo que pude sentir
sin querer desaparecer
y tan sólo porque logré huir.

A ser fuerte quiero ser fiel
por mucho que cueste su andada,
aunque me dejase la piel
ya que sin alma ella no es nada.

Rasgo cada dolor de pecho
que logró crearme desvelos
con noches observando el techo
después de numerosos duelos.

Silencio todos los lamentos
con gélidos dedos delante
que palidecen por momentos
sin resultar titubeante.

- b. m.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Diciembre.

Nadie diría que ha pasado ya un año. Todavía me tiembla la voz cuando me preguntan por ti. Ni siquiera puedo decir que ya pasó y que nunca más. No puedo decir que eres cicatriz cerca de mi pecho, y no creo poderlo decir jamás.

Me cuesta volver a ver las luces de Navidad de la misma manera desde entonces. No tienen el mismo significado de antes; las veo tan vacías, carentes de sentimiento, luciéndolo todo pero sin sentir nada. Quizá como tú, quizá como yo. Quién sabe. Puede que siempre haya sido así pero hasta ahora no lo haya sabido leer. Intento no recordar la forma en que me secaba las lágrimas con el edredón, irritándome los párpados y creándome ojeras. ¿Sabes esas mañanas de Navidad en las que nunca era demasiado pronto para levantarte? Para mí fue la mañana más concisa de todos, el tiempo que pasaba dentro de la cama se me hacía insuficiente. No quería saber que al rasgar mil papeles con estampados nada saciaría mis ganas de ti. Para que querría yo nada si tú eras todo lo que necesitaba. Me reunía alrededor de la mesa y cuando todos alzaban la copa, yo descendía mi cabeza. Era como si yo no perteneciera a esa imagen y nunca lo hubiese hecho. Simplemente abrazaba el teléfono entre mis dedos como si fueras tú; como si cada vez que sonara fuera como escuchar tu voz.

Te tenía tan presente y a la vez tan ausente. No osaba a dejar de verte cada vez que parpadeaba. Pero al restregarme los ojos se borraba cada pequeño trozo de tu silueta. Se podría decir que lo único que podía saciarme, aunque fuera mínimamente, era pensar que en algún punto de la ciudad tú estarías caminando con las manos en los bolsillos y sin siquiera levantar los pies de la acera como era de costumbre en ti. ¿Estarías cabizbajo o te habrías molestado en alzar la mirada para ver las iluminaciones navideñas que tanto sabías que adoraba? No lo sé pero, maldita sea, cómo me gustaría que así fuera. Habría matado por saber que habías recorrido todas las calles que parecían ser firmadas por donde un día nos quisimos. Quizá te quedaste en casa; encerrado en tu mundo, con todas esas canciones que escuchaste a mi lado. Me encantaba que las compartieses conmigo. Esas frases que cantabas por inercia son las que te han marcado y las que te definen; esos ritmos parecían saber latir junto a tu corazón. Tus canciones favoritas eran como poder escuchar tu persona. Y no podía amar más hacerlo.

Eras cada uno de esos doce deseos entre campanadas. Intentaba hacer trampa comiendo uvas de más, sólo por si acaso, sea lo que sea que esté ahí arriba, me escuchase. Rodeada de copas chocando entre si, derrabando lo que podía ser un sorbo a tu nombre. Apoyaba mi cabeza entre mis manos mientras perdía la mirada y la razón como si esperara que en cualquier momento algo funcionara. Pero las agujas del reloj no parecían tener piedad por mí; dieron la una, las dos, las tres... A cada hora la muchedumbre desaparecía dejándome sentada en un triste sillón marrón desgastado. Simplemente nada funcionaba y las fiestas se desvanecían poco a poco sin tenerte de nuevo.

Y se acabó. Así, sin más. Tan rápido y a la vez tan doloroso, tan... indeleble. Diciembre no fue más todo lo que un día fue.

- b. m.