lunes, 3 de noviembre de 2014

Suicidio.

He entrado en la habitación y me la he encontrado en el suelo, estirada... muerta. Sin ninguna otra explicación que una pequeña nota escrita en una hoja de libreta desgarrada y con letra temblorosa. "Que piensen lo que quieran pero no pretendía ahogarme. Tenía la intención de nadar hasta hundirme - pero no es lo mismo", una frase de su novelista favorito, Joseph Conrad. Al lado de la nota, se veía un bote de pastillas vacío abrazado por los dedos de su mano derecha. Ahora, en vez de tener a su persona entre ellos, había un gran número de incógnitas. Nadie había podido pasear por su mente... ¿cómo lo harían ahora para conocer sus razones si su mente había desaparecido entre la guadaña y la negra túnica de la muerte, quién parecía ser la única que no maldecía su ida anticipada? Puede ser que todos los poemas e historias que recopilaba de todos sus autores más admirados tenían una respuesta. O puede que no. Puede que su admiración por el romanticismo dentro de la muerte y las almas atormentadas habían superado otra barrera hasta hacerla desear experimentarla. Después de unos minutos entre lágrimas ruidosas y gritos húmedos, me he sentado a su lado y le he acariciado la mejilla que no tocaba el suelo. Me acerco sigilosamente a su oreja y digo con fragilidad: "Pienso descubrir tu mundo interno hasta entender tu marcha".

- b.m.