lunes, 17 de noviembre de 2014

Éxodo emocional.

Recuerdo verme sentada en un asiento común con un recuerdo excepcional. Viendo pasar miles de los paisajes de Boston cuando la noche parecía absorber ese autobús en el que me ahogaba escuchando Birdy. Quizá pasaron horas hasta que llegué a ver la ciudad pero habían pasado como años. Me escondía del frío bajo una sudadera que no parecía tener aún mi personalidad mientras todos a mi alrededor dormían. Dormían plácidamente como si nunca hubieran conocido el desvelo que me atormentaba. Intentaba hacer desaparecer esas lágrimas que se habían refugiado entre los párpados por más tiempo del recomendado. Habían pasado días desde que cogí el primer avión y todavía más desde que se despidió con un fingido cálido abrazo. Compartía los auriculares con mi compañera de viaje pero no sentía la música con mi mismo dolor. Me costaba creer que él no estaba para ver la luna escurrirse entre los mismo edificios que paseaban por las afueras de la ciudad. Me dolía ver que la pantalla de mi teléfono no escribía con alegría su nombre al recibir un mensaje. Había cruzado kilómetros, océanos y continentes por tal de no volver a encontrarme con la angustia. Pero aún así lo hice; con sus mismos ojos verdes, con el seseo al hablar y con la misma piel morena. Ya no tenía su nombre. Ahora simplemente se llamaba añoranza y a diferencia de él, parecía querer quedarse conmigo por mucho más tiempo hasta convertirse en parte de mí. No había forma de escapar. La conocí en Boston pero sabía que aunque regresara de donde huía, permanecería por siempre. Así lo hizo, y así lo hace.

- b. m.