sábado, 31 de mayo de 2014

Los monstruos existen.

Era más fácil romperla que quererla, pues el querer requería humanidad. Confundió su monstruosa realidad con su apariencia humana. Bonita falsedad la que vivía. Fea verdad la que acabó viviendo. No... él no podía ser así... pero lo era. Podría explicar tantas cosas si realmente la bondad no recorría por sus venas. Las personas no pueden romper a nadie; no pueden matar el alma. Pero él si pudo. Cada una de las veces que ella pedía clemencia fueron en vano, él no quiso salvarla. La mató de todas las formas posibles en las que se puede matar una persona hasta dejarla inválida para afrontarse a la vida. Si fuera humano la hubiese querido; no la habría dejado de la forma en que él hizo; no la habría roto. ¿Quién la va a levantar ahora? Está prácticamente destrozada. Donde ella tenía el anhelo por vivir, ahora tiene el deseo de acabar. No recuerda lo que era la bondad; tambalea al caminar con la mirada perdida sin esencia; respira por necesidad y no por gusto. Está tan sumamente vacía que no busca ni lo que perdió. Nadie puede amar las ruinas que un monstruo creó. Está condenada a desear su inexistencia. Nunca nadie pensó en que la destruía. Quizá ella también iba a acabar siendo lo que un día la deshumanizó. Él huyó una vez más, acabando con la humanidad poco a poco pues nos transformamos en todo lo que odiamos y ella no iba a ser una bonita excepción. La bondad se extingue y poco a poco, todos seremos lo que tememos. Viviremos vacíos, moriremos repletos con voluntades rotas y robadas. El fin se acerca y nadie puede salvarse. Nadie puede salvarnos.

- b.m.